Esta pregunta sobre el lenguaje y el tono que empleamos cuando hablamos con personas mayores obedece a una reflexión sobre el “edadismo”, un término que se refiere a la discriminación o prejuicio basado en la edad de la persona. Cuando nos referimos a personas mayores, caer en estereotipos y emplear un lenguaje condescendiente provoca efectos negativos.
Tendemos a infantilizar a las personas mayores, no reconociendo su historia de vida y el conocimiento acumulado. Los despersonalizamos al considerar que pertenecen a un grupo homogéneo, en el que todos los individuos son iguales. Y por último, los deshumanizamos, al perder la empatía que nos hace ponernos en el lugar que ocupan.
Más allá de cómo no nos gustaría que nos hablaran cuando lleguemos a mayores, sí que hay unas pautas que nos pueden ayudar a ser más justos, tratarlos con el respeto y confianza que merecen y entender la grandeza del individuo, su historia de vida y su bagaje.
Si tenemos en cuenta que saben mucho más de las cosas importantes de la vida, que han disfrutado, experimentado y vivido con plenitud, no debemos restarles un ápice de toda esta experiencia hablándoles como si fueran niños. Lo fueron en su momento, pero ahora no lo son. No debemos caer en diminutivos que dan la impresión de hablarles con cariño, cuando no los hemos empleado antes, ni restarles un ápice de capacidad. Son un colectivo en el que cada uno de ellos es único, por lo que cada persona es la que toma las riendas de su vida, de su medicación, tiene su rutina, sus propios gustos y su manera de entender la vida.
Cada edad tiene sus cosas es una afirmación que pretende simplificar la mirada. Y como todo lo que se simplifica, pierde los matices. Muchas personas son perfectamente capaces de envejecer de una manera saludable, en la que sus capacidades, costumbre y hábitos son los mismos durante décadas. Nuevamente el respeto y la empatía nos deberían guiar en el lenguaje que empleamos, puesto que esas creencias extendidas no tienen mucho de verdad y nos limitan a la hora de relacionarnos con plenitud.
Si no potenciamos la autonomía de la persona, respetamos su privacidad, escuchamos su opinión y dejamos que tome sus propias decisiones les estamos restando humanidad. Escuchar la misma historia solo pone de manifiesto lo divertido que fue, lo que significó para esa persona… no le resta, sino que suma a todos los que puedan escucharla. Porque durante siglos es como hemos transmitido el conocimiento, contándonos historias.
Si queremos llegar a ser mayores con nuestra propia personalidad y valorados por nuestra propia experiencia, tal vez, deberíamos reflexionar si ese mismo respeto, amor y admiración es con el que hablamos a las personas mayores con las que nos relacionamos.