A los 17 años cuando mis amigas sí sabían a lo que se iban a dedicar yo no lo tenía claro. Decidí quedarme en casa para cuidar a mi hermano. Poco después falleció mi padre y es con él cuando reflexiono y decido estudiar auxiliar de enfermería en el Plus Ultra. Me presenté al examen y solo pasamos 5 de 300 personas que nos presentamos.
Después de dos prácticas en la residencia, sor Fernanda, Hija de la Caridad que entonces dirigía Santa Justa, me comentó que había un puesto para mí. Lo cierto es que se equivocó de persona. Se disculpó y me ofreció un trabajo, aunque ya estaba vinculada con la institución desde un año antes como alumna en prácticas.
Hace ya 10 años, Sara Alba me pidió que fuera supervisora en Santa Justa y no me lo pensé. Ha sido una garantía para mi futuro porque sé que en las condiciones físicas en las que estoy (no tomo pastillas, me siento con mucha fuerza), no hubiera llegado como auxiliar de enfermería. La diferencia está en que el trabajo de auxiliar es más físico y el trabajo de supervisión es más mental.
Para los trabajadores es importante contar con la confianza de la dirección y la confianza y reconocimiento de Sara durante todos estos años me ha permitido sacar las cosas adelante. En Santa Justa somos 3 supervisoras, cada una con su personalidad, y todas formamos un gran equipo de trabajo.
Principalmente me llevo el cariño, tanto el que recibido como el que he dado. He sido muy feliz y soy muy feliz en Santa Justa.
Me llevo todo el amor de Paquita, me llevo a nuestra envolvedora de caramelos, a nuestra constructora de aviones, a la que me quería como a una hija, a mi Pili (mi compañera que tristemente falleció en Santa Justa). Éramos Pili y Mili… Me llevo toda la generosidad de las compañeras de siempre, de las que ven este trabajo como vocacional, con las que hemos compartido todo. También me llevo el cariño, la confianza y el respeto de mis tres superioras Hijas de la Caridad y de la actual directora, Sara Alba.
Lo más duro ha sido sin ninguna duda la pandemia. Ver irse a los abuelos, el dolor de tener que decir a los familiares que no podían ver a los abuelos y el enorme privilegio de estar con ellos en los momentos más duros… Una época muy dura en la que lo dimos todo. No tuvimos miedo al trabajo pero sí veíamos el miedo en la gente. Algunas personas nos decían “adiós, que ya no vuelvo” cuando salían por la puerta para ingresar en el hospital. Muchas mañanas venía a trabajar rezando para que no hubiera traslados, para que no hubiera fiebre, para no tener que repetir esos momentos. Dios me dio tanta fuerza...
Sí que puedo afirmar que en Santa Justa damos una atención completamente personalizada. Sabemos cómo le gusta tomar el agua a cada uno de nuestros abuelos: con pajita, en vaso, con una servilleta …
Desde mis comienzos las residencias han cambiado muchísimo. Han dejado de ser asilos para ser hogares donde se ofrecen cuidados especiales. También ha cambiado mucho la relación con las familias. Antes no había el apoyo familiar que hay ahora.
Para mí ha sido siempre importante dedicarme también a la gente que no tenía a nadie. Me acuerdo de una residente con la que todas las mañanas mirándonos al espejo cantábamos “me duele la cara de ser tan guapa”. Ese momento es mágico, es hacerles sentir que son importantes, porque son únicos.
También me llevo todos los años de Hospitalidad de Lourdes, una peregrinación con los enfermos que financia la residencia Santa Justa y que yo la he vivido siempre desde la fe. Una experiencia muy bonita y los abuelos a los que he acompañado vuelven de este viaje totalmente cambiados. Para mí poder decir que el último sueño de un abuelo se ha cumplido a pesar de las dificultades es maravilloso.
Yo creo que hacer el bien es una cadena. Eso de “hacer el bien y no mires a quién” es muy cierto.
Soy una mujer incansable y muy sociable. Yo quiero que Santa Justa sea mi casa y poder venir de vez en cuando como voluntaria. Seguiré siendo de Santa Justa toda mi vida porque Santa Justa me lo ha dado todo. Doy gracias a Dios a que a mis 66 años y 4 meses esté en perfecto estado de salud. El futuro se me presenta con muchas ganas: de viajar, de vivir, de pasear, de comer con mis amigos, de quedar para tomar un café, aunque los que me conocen saben que no me gusta el café.
Todo. Santa Justa me ha permitido sacar a mis hijos adelante… A los 4 años de estar en Santa Justa me separé y poder tener un trabajo y contar con la confianza de la dirección ha sido fundamental en mi vida. Este trabajo me ha permitido libertad.
Sé que Santa Justa es también muy importante para la historia reciente de Logroño, para los logroñeses y todos los riojanos, porque aquí no solo viven personas de Logroño.
No puedo evitar acordarme siempre de mi padre, una persona extraordinaria, que me inculcó esta vocación, el afán de servicio y sé que él hubiera estado muy orgulloso de mí. Desde hace 28 años no hay un solo día que no me acuerde de él. Era la generosidad personificada, el único chico entre seis hermanas y siento que siempre me ha ayudado. Como soy creyente, hablo con mi padre y con mi madre todos los días, pero quizá a mi padre lo tenga siempre presente porque gracias a él estoy hoy aquí.
He tenido la gran suerte de poder cuidar aquí a mi madre. Pasé la pandemia en Santa Justa con ella y falleció aquí. Para mí fue importante poder estar cada día con ella pero para mis hermanos aún fue más ya que sabían que yo la estaba pudiendo cuidar.